Hoy hemos tenido una mañana muy larga y cansada. Tenía que ir a dejar unos documentos al despacho donde trabajo y como mi madre no se encuentra bien he decidido llevarme a Mateo conmigo.
Mateo suele despertarse temprano, pero hoy ha madrugado más de lo normal, a las 6am ya estaba despierto, o sea que a la hora que hemos salido de casa -cerca a las 9am- ya tenía algo de sueño. En el metro la cosa no ha ido tan mal, se ha quejado un poco pero nada más, además teníamos sólo dos paradas así que ha sido rápido. La odisea ha empezado al subir al autobús. Ha roto a llorar a lágrima viva. Yo he intentado calmarlo hablándole y dándole algún juguete pero cada vez que el autobús se ponía en marcha después de una parada empezaba el llanto. Esto me puso un poco nerviosa. Sé que no debería, es un bebé y es normal que llore, pero ver que no era capaz de calmarlo y que la gente volteaba a mirarnos me ha hecho sentir incómoda.
Enfín, que después de unos veinte eternos minutos hemos llegado a nuestro destino. Mateo ha dejado de llorar pero ha empezado a quejarse porque, obviamente, estaba ya cansado y quería salir del cochecito. Ha sido entrar al despacho y como todos mis compañeros han venido inmediatamente a verlo, no sé si se ha asustado o qué pero ha empezado a llorar sin consuelo. Lo he cogido en brazos y se me ha prendido como un koala, no quería saber nada de nadie. De nuevo me he puesto nerviosa. Quería consolar a Mateo y a la vez sentía que estaba molestando, porque mis compañeros y mis jefes estaban trabajando y creo que hasta había algún reunión con un cliente o algo por el estilo. Después de un buen rato finalmente he conseguido que se duerma, pero durante ese tiempo la he pasado muy mal.
Pero la historia no termina aquí. A la hora de irnos, he sacado a Mateo del cochecito para ponerle la chaqueta y lo he despertado. Así que nada, el pobre creo que solo pudo dormir unos veinte minutos. Para el regreso he decidido cambiar de ruta y coger sólo el autobús. De solo ver el autobús Mateo se ha puesto a llorar nuevamente. Yo ya estaba exhausta. Y al subirnos ha seguido llorando. He sacado sus juguetes, le he dado mi pañuelo, le he cantado, lo he hecho jugar al escondite, y más o menos he logrado controlar el llanto. Con las últimas fuerzas que me quedaban hemos llegado a casa, y cuando he abierto la puerta le ha regalado una hermosa sonrisa a su abuela. Todo había vuelto a la normalidad.
¡Vaya mañana! He terminado agotada. Y creo que él también.
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