Lo que vivimos Mateo y yo las primeras semanas no fue exactamente una luna de miel, y no hace falta decir que no se parecía ni por casualidad a lo que yo había imaginado desde el primer momento en que supe que iba a ser mamá. Tendría entre mis brazos a un hermoso bebé al que amamantaría, cantaría nanas para dormir y cambiaría de pañal cuando se hiciera pis o caca. La lactancia materna iba a ser un éxito, no podía ser tan complicado, todo era cuestión de colocarlo en la posición correcta. Cuando llorara había que ir probando hasta descubrir qué tenía: caca, hambre, o sueño, y listo... problema solucionado. Las malas noches eran inevitables, pero el truco para mantenerme descansada era dormir cuando Mateo durmiera. Ahora pienso: ¡Qué ingenua fui!
Mi fecha prevista de parto era el 22 de junio, pero la madrugada del 3 de junio tuve una sensación extraña e inmediatamente supe que se me había roto la fuente y que Mateo había decidido que ya había llegado el momento de salir a descubrir el mundo. No me lo esperaba y no estaba preparada. Pensé en mi madre, que con todas las previsiones del caso, viajaba desde Perú el 7 de junio, y sentí una gran tristeza al saber que no estaríamos juntas en este momento tan importante para ambas. El trabajo de parto transcurrió sin complicaciones y a las 15:25 nacía Mateo con 2.960kg y 49cm. No recuerdo en mi vida otro momento más feliz. Los días en la clínica pasaron sin mayores problemas pero las cosas se complicaron al llegar a casa.
Con las hormonas revueltas, los pechos a punto de reventar y Mateo sin conseguir sacar una gota de leche, la falta de sueño, el dolor de la episotiomía, un bebé llorando y amarillo (tenía ictericia) y la casa patas arriba, hubo momentos en los que llegué a pensar que yo no servía para ser mamá y que en qué momento se me había ocurrido a mí tener hijos con lo bien que estaba mi vida sin ellos.
La lactancia materna era un desastre (o por lo menos eso pensaba yo). Mateo se pasaba las horas enganchado al pecho y cuando lo separaba rompía en llanto. Era difícil encontrar un momento para ducharme o comer. Y ni pensar en salir. Después de 15 días prácticamente no había engordado nada y el pediatra me dijo que tenía que complementarle con leche artificial. Soy defensora de la lactancia materna, estoy segura de que es lo mejor para el bebé además de ser beneficioso para la madre, así que se imaginarán lo mal que me sentí cuando me dijo eso, sentía que había fracasado como madre porque no era capaz ni de alimentar a mi hijo. Quizás cuando nos obsesionamos mucho con algo el cuerpo y la mente se rebelan y nos juegan malas pasadas.
Pero tengo que confesar, y sé que mucha gente me criticaría por lo que voy a decir, que esos primeros biberones me ayudaron muchísimo. Mateo lloraba mucho menos, empezó a dormir mejor, su padre y sus abuelos podían cogerlo sin que llorara, y yo podía disfrutar de algunos momentos para mí. Continuamos con la lactancia mixta hasta los 4 meses, cuando ya no quiso tomar más pecho y lloraba tanto cuando lo intentábamos que decidí dejarlo. Si tengo más hijos (ojalá!) intentaré nuevamente darles el pecho y espero que luego de esta experiencia y con la información que he ido obteniendo durante estos meses las cosas vayan mejor.
Poco a poco mi cuerpo y mis hormonas hicieron las paces, la ictericia pasó, la episiotomía cicatrizó y junto con mi marido y mi madre nos organizamos para mantener la casa moderadamente ordenada. Eso sí, las malas noches todavía persisten, pero de eso hablaré en otro post. Mateo y yo nos fuimos conociendo y entendiendo y ahora no imagino mi vida sin él. Intento hacer las cosas lo mejor posible para ser una buena madre, buscando en cada paso que doy su felicidad. Estoy convencida de que tener hijos fue la mejor decisión que he tomado en mi vida.
A todas las recientes mamás que estén viviendo lo que yo viví sólo les digo que ánimo, esto pasará y la maternidad se convertirá en esa experiencia maravillosa con la que habían soñado.
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