miércoles, 30 de mayo de 2012

Cerrando etapas


El fin de semana pasado se celebró el primer cumpleaños de la hija de una de mis mejores amigas, que vive en Perú. Este fin de semana se celebra el primer cumpleaños de Mateo. Por obvias razones, ni yo pude estar en el cumple de la hija de mi amiga, ni ellas podrán estar en el de Mateo. Esto me ha llevado a escribir este post.

Han pasado casi seis años desde que cerré una etapa de mi vida para comenzar una nueva y muy distinta a la anterior. Me casé con el papá de Mateo, renuncié a un trabajo estable y juntos decidimos dejar nuestra Lima natal para estudiar una maestría al otro lado del atlántico, en Barcelona. Un año después terminamos la maestría y como estábamos enamorados de Barcelona -de su centro, sus playas, su clima- conseguimos un trabajo y nos quedamos por estos lares.  

Hoy, pasados los treinta y con un hijo, empiezo a pensar que quizás ha llegado la hora de hacer maletas, volver a cruzar el charco, cerrar esta etapa e iniciar un nuevo proyecto junto a nuestras familias y amigos de toda la vida. Aunque pueda parecerlo, no creo que sea volver a empezar. Es cierto que allá no tenemos trabajo, ni casa, ni coche, pero llevamos con nosotros la experiencia de estos seis años.

Vivir, estudiar y trabajar en un país que no es el tuyo es muy enriquecedor. Esta experiencia me ha permitido, entre otras cosas, conocer gente nueva con costumbres distintas a las mías, entender otra manera de hacer las cosas, viajar a ciudades y países a los que nunca antes se me había ocurrido ir, probar nuevas comidas, aprender a llamar a las mismas cosas de otra forma y ver el mundo desde una perspectiva diferente, desde la perspectiva del "primer mundo", para descubrir que en mi país aún hay mucho por hacer.

Vivir un tiempo en un lugar donde no tienes "pasado" y casi nadie te conoce tiene también sus ventajas. Por momentos te sientes un poco más libre. No tienes que cumplir con ningún cumpleaños, boda o cena familiar a la que no te apetece ir. No tienes que dar explicaciones, nadie te juzga o critica, nadie opina sobre lo que haces o dejas de hacer. Casi no he tenido que soportar esos inoportunos -aunque normalmente bien intencionados- comentarios, consejos, críticas, sugerencias y opiniones relacionadas con la crianza de mi hijo -algunas veces las he recibido por skype, pero no es lo mismo- y he podido actuar libremente, haciendo las cosas que creo mejor para él.

Pero no puedo negar que estar lejos de casa, de la familia y de los amigos es difícil, muy difícil. He vivido momentos de profunda soledad. Días en los que sentía que necesitaba desesperadamente un abrazo de mi madre, un beso de mi hermana o una conversación frente a frente con alguna de mis mejores amigas. Cuando estaba embarazada sentía esto con mucha frecuencia. En ocasiones me he sentido diferente, aislada, con pocas cosas en común con los demás. Me he perdido navidades en familia, las bodas de mis mejores amigas, cumpleaños y unos cuantos nacimientos. Ahora que tenemos a Mateo esto lo siento más. Quisiera que él viva y comparta con abuelos, tíos y primos estos momentos tan especiales. 

Siempre he empezado que la vida son etapas. No hay que tener miedo de cerrar una para abrir otra nueva. Cada etapa nos aporta algo distinto, nos enriquece y nos ayuda a crecer como personas.

sábado, 26 de mayo de 2012

El hobby de mamá

Antes de estar embarazada iba a clases de pintura dos veces por semana después del trabajo. Durante el embarazo dejé de ir, me sentía un poco cansada, quería ahorrar para los gastos que se venían y la verdad es que me daba un poco de miedo exponerme a los químicos -fijador, aguarrás, etc- que se utilizan al pintar.

Hoy, con Mateo, aún no he podido retomar las clases. Tengo poco tiempo libre y, en casa me es complicado organizarme para pintar, sobretodo porque el espacio es escaso. Pero no pierdo las esperanzas, algún día volveré a hacer una de las cosas que más me gusta. Cuando pinto me olvido de todo, mi mente se paraliza. No hay pensamientos, ni planes, ni preocupaciones. Es como una meditación. Entro en contacto conmigo misma, descubro mis miedos y deseos. Uno de mis sueños es tener un pequeño taller en casa para mí, un espacio donde pintar libremente.

En nuestro paseo de hoy por la tarde pasamos por una tienda de materiales para bellas artes y no me pude resistir a entrar. El papá de Mateo me compró un "Bloc para esbozo", espero que sea el primer paso para retomar uno de mis pasatiempos favoritos. Mientras tanto, aquí les dejo algunas de mis pinturas. Pueden ver más en mi otro blog: de dibujos y pinturas.    

 HOJAS DE MAGNOLIA
Carboncillo

JUGUETES
Carboncillo

MARGARITAS
Óleo sobre lienzo

SILLA CON CALABAZA
Óleo sobre lienzo

MANZANAS
Óleo sobre lienzo

SANDÍAS
Óleo sobre lienzo

HOJAS DE MAGNOLIA
Óleo sobre lienzo

BODEGÓN
Óleo sobre lienzo

miércoles, 23 de mayo de 2012

Sabías que...

Me fascina cuando cierras las manos, abres aún más esos preciosos ojos marrones, dibujas la más hermosa de las sonrisas en tu rostro y mueves los brazos en señal de alegría y emoción.

Lo haces varias veces al día, empezando temprano por la mañana cuando me ves salir del baño después de mi ducha matutina ¡qué mejor manera de empezar el día! Cuando ves alguno de tus juguete favoritos, cuando encuentras las gafas de la abuela, cuando tienes hambre y aparece tu comida, cuando descubres algo nuevo, cuando el viento toca tu cuerpo, cuando llegamos al parque, cuando subimos en el ascensor, cuando por las tardes llega papá de trabajar o cuando ves cómo el agua llena tu bañera. Me encanta que seas capaz de emocionarte con cosas tan simples, tan cotidianas.

Se me parte el alma, me angustio y me siento impotente cuando te veo sufrir. Por un dolor de estómago, porque te han puesto las vacunas o porque, en tu afán por descubrir el mundo, te has dado un golpe de esos que tanto me asustan. Felizmente, no hemos pasado por nada serio, no se si podría soportarlo.

Me impaciento y me pongo nerviosa cuando te quejas, molestas o lloras porque estás incómodo, cansado, aburrido o porque hacemos algo que no te gusta -como esos odiosos lavados nasales-. También cuando te despiertas por las noches y no conseguimos que vuelvas a dormir. O cuando no te dejo coger algo. Sé que todavía tengo mucho por aprender y mejorar, pero poco a poco he ido desarrollando más paciencia, he aprendido a escuchar lo que tienes que decir y te entiendo más.

Me transmites paz, calma y serenidad cuando duermes. Respiras tranquilamente y casi ni te mueves. También cuando te veo tocar o mirar con gran concentración tus juguetes, libros o esos envases llenos de lentejas, pasta o arroz que he preparado para ti.

Me llenas de vida cuando te miro y sonríes. Cuando te hago cosquillas y ríes a carcajadas. Cuando me hablas a tu manera, expresando alegría, molestia o desacuerdo. Cuando te escondes detrás de la cortina esperando que te descubra. Cuando escuchamos música y te mueves al ritmo de las canciones.

Cada día, cada hora, cada minuto, siento y me emociono a tu lado.

lunes, 21 de mayo de 2012

Nuestra lactancia

La infinidad de posts, artículos y comentarios que he leído últimamente en respuesta a la última portada de la revista estadounidense "Time" en la que sale una madre amamantando a su hijo de 3 años, me han animado a contar la historia de nuestra lactancia. Quizás también sea algo que necesito hacer para curar unas cuantas heridas, y si no, aunque sea para desahogarme. 


Sé que no soy menos madre por haber amamantado a mi hijo sólo cuatro meses. Creo que todas las madres intentamos hacerlo lo mejor posible. Mateo se ha desarrollado perfectamente y, como dice su tía, es un niño sano, inteligente y, por encima de todo, feliz. Pero a pesar de todo, aún no logro deshacerme de esa especie de culpa que siento por haber "fracasado" con la lactancia materna, por no haber sido capaz de alimentar a Mateo exclusivamente con mi leche, por no haber podido ofrecerle ese regalo tan maravilloso durante más tiempo. Hasta el día de hoy cuando veo a una madre dándole el pecho a su hijo los fantasmas de nuestra lactancia me invaden y me preguntó qué pasó con nosotros. 

Cuando estaba embarazada no tenía dudas, yo quería dar el pecho a mi hijo. ¿Hasta cuándo? No lo sabía, hasta que los dos quisiéramos y pudiéramos. Nunca imaginé lo difícil que podía ser la lactancia. Me concentré en prepararme para el parto, y pensaba que una vez superado ese momento lo demás fluiría naturalmente. A pesar de que Mateo llegó tres semanas antes de los esperado el parto fue rápido y sin complicaciones, y aunque quizás no fue tal como lo esperaba, el recuerdo que tengo es maravilloso. 

Los problemas empezaron dos días después cuando, ya en casa, tuve la subida de la leche. Tenía los pechos tan hinchados que Mateo no conseguía sacar ni una gota de leche. En ese momento intentaba recordar lo que nos habían dicho sobre el tema en las clases de preparación para el parto, y lo único que venía a mi mente es que no debía usar el sacaleches, porque entonces iba producir más leche y la situación empeoraría. Al ver que Mateo lloraba continuamente y que no ensuciaba los pañales nos fuimos a urgencias. Como no comía, estaba comenzando a deshidratarse y al verme lo primero que me dijeron las enfermeras fue: "pobre, te va a dar una mastitis...". En ese momento sólo quería llorar. A Mateo le dieron un biberón y a mí me pusieron el sacaleches, me dieron un par de consejos y el teléfono de un grupo de apoyo a la lactancia. 

Al día siguiente llamé al grupo de apoyo a la lactancia, me dieron algunos consejos para descongestionar los pechos y, afortunadamente, con esto la situación empezó a mejorar. Las dos semanas siguientes me las pasé con Mateo enganchado, día y noche, recuerdo que no tenía tiempo para comer ni para ducharme y casi no dormía. Cuando lo soltaba no hacía más que llorar. Llegó el día de la visita con el pediatra y nos dimos con la sorpresa de que Mateo prácticamente no había ganado peso, así que nos dijo que debíamos complementarle con leche artificial. A mí se me vino el mundo encima, pero estaba tan cansada y confundida, que lo acepté. Así fue como empezó nuestra lactancia mixta y así también fue como cuatro meses después nuestra lactancia materna llegó a su fin. 

La lactancia mixta es complicada, pero yo no quería dejar de dar el pecho. Tomaba infusiones, cerveza sin alcohol, avena y todo lo que me dijeran que ayudaba a aumentar la producción de leche; y a la vez lavaba, esterilizaba y preparaba biberones. Cuando me quedaba tiempo y fuerzas me sacaba leche. Pero tengo que confesar que esos primeros biberones me ayudaron mucho. Mateo empezó a estar más tranquilo, lloraba menos, dormía mejor y su padre y sus abuelos tenían más oportunidades para disfrutar de él. Además, me permitieron descansar cuando estaba verdaderamente agotada.

Hoy, a la distancia, pienso que debí haber hecho las cosas de otra manera. No debí rendirme tan rápido, debí buscar más información, más ayuda, debí haber insistido más, esforzado más para conseguir la lactancia materna exclusiva con la que tanto había soñado. Si tengo más hijos volveré a intentarlo, y con la información y experiencia con la que cuento ahora espero conseguirlo. 
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